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El viernes 25 de mayo, el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, que deja el cargo luego de dos mandatos, comunicó a los colombianos y al mundo lo que presentó como su conquista magna: el ingreso de su país a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y su candidatura a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). “Ser miembros de la OCDE nos permitirá hacer mejor las cosas, ver lo equivocado y lo que funcionó en otros países. (…) La entrada a la OTAN mejora la imagen de Colombia y nos permite tener mucho más juego en el escenario internacional,” dijo en dos mensajes puestos en Twitter.
Santos viajó a Europa, donde formalizará el ingreso a la OTAN en la sede de la entidad, en Bruselas, y la candidatura a la OCDE, en París.
La OCDE, con 35 miembros, reúne a las economías más industrializadas del mundo y algunas emergentes, México y Chile, sus únicos miembros latinoamericanos. La entidad es conocida informalmente como el “club de los ricos” es un órgano de análisis de la política pública y económica de los países que la integran, en general, vinculada a los intereses de los mercados financieros, centrados en el manejo de la inflación, de la austeridad presupuestal y cuestiones fiscales. La credencial de socio del club le otorga al país una especie de “sello de calidad” institucional para atraer inversionistas internacionales, por reforzar las calificaciones atribuidas por las agencias de calificación de riesgo.
“En el ámbito de su adhesión, Colombia se reformó profundamente para ajustar su legislación, sus políticas y sus prácticas a las normas de la OCDE, en especial en los siguientes ámbitos: trabajo, reforma del sistema judicial, gestión de las empresas públicas, lucha contra la corrupción, intercambios y políticas nacionales inéditas en materia de productos químicos industriales y gestión de residuos,” señaló una nota oficial de la OCDE (G1, 24/05/2018).
Brasil presentó el año pasado su candidatura a la entidad, pero discretamente Estados Unidos le aconsejó en abril de este año que la retirase, aludiendo una vaga falta de “respaldo electoral” para el litigio (Exame, 17/04/2018).
En la OTAN, Colombia no será miembro pleno (reservado a Estados Unidos, Canadá y a los estados europeos), sino socio global, a ejemplo de Japón, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelandia, Pakistán, Mongolia e Irak. En su comunicación, Santos resaltó que su país sería el primer miembro latinoamericano de la organización.
De acuerdo con la OTAN
“Los objetivos de la asociación son: Crear mecanismos comunes para la seguridad mundial, desafíos como la seguridad cibernética, seguridad marítima y terrorismo y sus vínculos con la delincuencia organizada; apoyar esfuerzos de paz y de seguridad, inclusive seguridad humana, con un foco particular en la protección de civiles y niños, y promover el papel de las mujeres en la paz y la seguridad, y construir las capacidades y capacitaciones de las Fuerzas Armadas Colombianas”.
Como se ve, las metas son suficientemente vagas para abarcar prácticamente todo aspecto referente al empleo de las fuerzas militares, lo que abre el camino para la participación colombiana en cualquier operación de la alianza atlántica, como ya ocurrió en 2015 con el envío de un navío patrulla al océano Índico para integrar una operación multinacional contra piratas somalíes.
Mucho más grave es la posibilidad de que el ingreso de Colombia abra el camino para amplias maquinaciones geopolíticas de la OTAN en América del Sur, como parte del plan de expansión de sus actividades fuera de su jurisdicción, trayectoria que trae en manos desde la década pasada, es decir una verdadera “gendarmería mundial” destinada a enfrentar distintos desafíos.
El triunfalismo de Santos es semejante a la euforia de Carlos Salinas de Gortari cuando sometió a México al TLCAN y a la patética servidumbre de Carlos Menem de Argentina al presumir de sus “relaciones carnales” con Estados Unidos. Con el agravante de que Santos acepta implícitamente la expansión militar del Comando Sur estadounidense hacia el margen del río Amazonas; vetusta ambición de la maniobra geopolítica del Gran Caribe, resucitada por algunos de los delirantes estrategas de gabinete de Washington, la cual ahora se superpone a la expansión de las actividades de la OTAN.
Un nuevo programa para la OTAN
Los nuevos objetivos de la OTAN fueron definidos a finales de la década de los 1990s, al culminar la búsqueda de la alianza de nuevas misiones luego del derrumbe de la Unión Soviética, en 1994. Una clara síntesis de los objetivos fue presentada por el entonces ministro de la Defensa brasileño, Nelson Jobim, en septiembre de 2010, en el seminario “El futuro de la Comunidad Transatlántica,” promovido por el Instituto de Defensa Nacional de Portugal, como parte de la preparación de la cúpula de la OTAN, que se realizaría en Lisboa, Portugal, en el mes de diciembre siguiente.
En esa ocasión, además de explicar las consecuencias de la nueva estrategia de la alianza, Jobim externó la firme oposición de Brasil a una pretendida expansión de sus operaciones en el Atlántico Sur. Veamos algunas de sus ponderaciones.
“En 1999 se publicó el nuevo concepto estratégico de la Alianza Atlántica. El nuevo concepto amplió el espectro y el radio de actividad de la alianza -ya sin restringirse al teatro europeo. Una interpretación literal de ese concepto nos lleva a afirmar que la OTAN podría intervenir en cualquier parte del mundo. Los pretextos para las operaciones podrían ser varios: antiterrorismo; acciones humanitarias; tráfico de drogas; agresiones al ambiente; amenazas a la democracia; entre otras”.
Más adelante, sin medias tintas, el ministro subrayó los riesgos implícitos en las nuevas misiones primarias de la OTAN fuera de su área “tradicional” de operaciones:
“En lo que toca al “nuevo concepto estratégico” de la organización, es patente la similitud entre las propuestas en estudio y el programa internacional de Estados Unidos -lo que, a decir verdad, no constituye propiamente una sorpresa… Vale reproducir una de los ítems del capítulo quinto del documento:
“OTAN 2020: Seguridad garantizada, compromiso dinámico… desdoblar y sostener capacidades expedicionarias para operaciones militares fuera de la zona contemplada por el tratado cuando se requiera para impedir un ataque en la zona contemplada por el tratado o para proteger los derechos y otros intereses vitales de los miembros de la alianza.”
“Ella puede provocar cuestionamientos al respecto del carácter efectivamente regional de la OTAN.
“Más allá de encuadrar intervenciones en como las desarrolladas en Afganistán, en el marco de la International Security Assistance Force (ISAF), el texto permite justificar intervenciones organizadas en cualquier parte del mundo (“… para proteger los intereses vitales de los miembros de la Alianza”).
“Lo mismo pasa con la mención de la posibilidad de consultas bajo los auspicios del artículo cuarto del Tratado del Atlántico Norte -amenaza a uno o más de los estados miembros- en episodios que involucran “seguridad energética.”
“Tenemos, también, la recomendación de que la alianza se prepara para contingencias relacionadas con el cambio climático.
“Todo eso genera indagaciones. Pido permiso para afirmar que, a mi parecer, el elemento orientador de esa problemática tiene que ver con la extrema dependencia europea de las capacidades militares norteamericanas en el seno de la OTAN. Muchos analistas, en particular en Brasil, creen que ella podría proporcionar un barniz de legitimidad a las intervenciones militares que los que toman las decisiones en Washington no querían abrazar de manera unilateral o que no pudieran ser aprobadas en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
“Desde el punto de vista brasileño -Estado amante de la paz y que mantiene relaciones amistosas con la totalidad de los 28 países que componen la organización- el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, a pesar de su composición restringida y superada, constituye, todavía, la única instancia internacional capaz de legitimar el uso de la fuerza.
“En ese sentido, veo con reservas las iniciativas que busquen de alguna forma, asociar el “norte del Atlántico” al “sur del Atlántico” -esta, es, zona geoestratégica de interés vital para Brasil. Las cuestiones de seguridad relacionadas a las dos mitades de ese océano son notoriamente distintas. Lo mismo vale sobre el hipotético “Atlántico central.”
Ocho años después, las observaciones de Jobim, que reflejaban el pensamiento prevaleciente entre los militares y gran parte de la diplomacia nacional, todavía son más trascendentes en el marco de la adhesión colombiana a la estructura de la OTAN. A esta se agrega la aspiración de Estados Unidos de retomar con gran estilo su influencia en el Hemisferio Occidental, ante la presencia creciente de China y de Rusia en América del Sur, en una especie de reedición de la colonialista Doctrina Monroe.
Tal objetivo fue manifestado en la visita del entonces secretario de Estado Rex Tillerson a cinco países de América Latina y del Caribe (entre ellos Colombia), en febrero pasado: “Promover un hemisferio seguro, próspero, democrático y con seguridad energética”, fue el programa anticipado. Huelga decir que la mira esta puesta en la preservación de todos los recursos energéticos del continente, desde México hasta Argentina, para usufructo del poder anglo-americano.
En un discurso pronunciado en el Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Texas en Austin, en la víspera del viaje, el mismo Tillerson la embistió contra China, “potencia imperial.” Y, en una mezcla de candidez y de cinismo, llegó a afirmar que “América Latina no necesita de una nueva potencia imperial” -posiblemente en referencia a la actitud anti estadounidense en la región.
Colombia y el “nuevo atlanticismo”
El acercamiento de Colombia a la OTAN no es nuevo, pues se remonta a la década pasada, cuando los “neoconservadores” que dominaban el gobierno del presidente George W. Bush (2001-2009) subcontrataron al ex presidente del gobierno español José María Aznar (1996-2004) ya las redes de la Fundación para el Análisis y Estudios Sociales (FAES), organismo encargado de elaborar estudios estratégico vinculado al a su Partido Popular (PP), para la tarea de fincar una “nuevo atlanticismo,” eufemismo para la expansión de los tentáculos de la OTAN a Iberoamérica; sin dejar de lado otros asuntos convenientes al poder oligárquico mundial sobre todo el mantenimiento del programa económico neocolonial para el cual la FAES se ha encargado de reclutar dirigentes políticos de Iberoamérica de variadas tendencias.
En octubre de 2005, la FAES divulgó el estudio “La OTAN: una alianza para la libertad -cómo transformar la alianza para defender efectivamente nuestra libertad y nuestras democracias,” el cual citaba entre los objetivos de la alianza, “la construcción de la democracia” y la “ampliación de los miembros, con invitaciones para la adhesión de Israel, Japón y Australia, y asociaciones estratégicas con Colombia e India.”
Para Aznar y sus asociados, la nueva OTAN pasaría a ser “una libre asociación de países democráticos, comprometidos en un sistema de vida abierto y liberal, fundado en la economía de mercado, que ofrecieran una tolerancia religiosa y el respeto de los derechos del hombre”
En lo tocante a Colombia, el plan se lleva a cabo como estaba planeado
Es forzoso reconocer que la aproximación Colombia-OTAN se dio en el marco del vacío dejado por los países sudamericanos para definir una estrategia de defensa y seguridad continental, iniciativa cuyo liderato le cabría naturalmente a Brasil.
La intentona de la OTAN en América del Sur obedece al imperativo del restablecimiento de la prominencia de Estados Unidos en este espacio, como ocurría con el antiguo Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), sepultado por el alineamiento estadounidense con el Reino Unido en la Guerra de las Malvinas de 1982.
Tarea, indudablemente, facilitada por el fracaso de los esfuerzos de elaboración de una política de defensa y seguridad propia para América del Sur, con la virtual implosión de la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR).
En la perdida de rumbo por el que pasa Brasil, el vacío de soberanía existente en la determinación de los usos físicos del territorio nacional, principalmente de la cuenca del Amazonas, fue duramente definida por el comandante del Ejército, general Eduardo Villas-Bôas como un “déficit de soberanía”; sin duda esto abre el camino para que los “nuevos atlanticistas” ensayen llenar el vacío dejado por la omisión voluntaria de la mayor nación de América del Sur.
En resumen: o los brasileños vuelven a poner al país en un sendero digno, con un nuevo proyecto nacional encaminado al bien común y de inserción soberana en el escenario mundial, o correrán el peligro de tenerse que enfrentar a acontecimientos estratégicos imprevisibles en su entorno, determinado por actores extranjeros y contrarios a sus intereses.